San Juan, libertad y marxismo cultural: la ecología como excusa para intervenir en nuestras vidas | A. Fernández

De las fogatas encendidas en cada esquina a las salchichas tibias en pan: así nos cambiaron la Noche de San Juan. ¿Cómo llegamos hasta aquí? Durante generaciones, la noche de San Juan fue una de las tradiciones más esperadas por las familias bolivianas. Con raíces hispánicas y un profundo arraigo popular, encender una fogata era mucho más que hacer fuego: era un símbolo de unión, de renovación espiritual, de compartir. Sin embargo, esta costumbre fue abruptamente interrumpida bajo el argumento de proteger el medio ambiente, Las fogatas fueron prohibidas, criminalizadas, y poco a poco desaparecieron del imaginario colectivo. ¿Pero qué hay detrás de estas decisiones? ¿Fue realmente una acción eficaz y proporcional en favor del medio ambiente o estamos ante uno más de los múltiples embates del marxismo cultural?

 El  ecologismo como instrumento del marxismo cultural

Desde hace décadas, las ideas colectivistas de izquierda han buscado nuevas formas de penetrar en la sociedad. Con el derrumbe del comunismo clásico, muchos de sus promotores comenzaron a disfrazar su agenda bajo causas que a simple vista parecen nobles: el feminismo radical, el indigenismo, la lucha contra el cambio climático, entre otras. Uno de los más peligrosos camuflajes ha sido el ecologismo radical. Esta corriente promueve una visión en la que el ser humano es un parásito del planeta, una amenaza a la naturaleza, alguien a quien hay que controlar, restringir, regular, domesticar.

La izquierda cultural ha logrado instalar la narrativa de que el individuo no importa frente al bien común ecológico. Han sembrado la idea de que nuestras acciones personales, por mínimas que sean, deben ser monitoreadas y sancionadas si no se ajustan a un estándar ambiental impuesto desde arriba. Esto ha tenido consecuencias directas en nuestras libertades, y la prohibición de las fogatas en San Juan es apenas un ejemplo.

 Intervención estatal y destrucción de la propiedad privada

Cuando el Estado, con la excusa del medio ambiente, prohíbe que en el patio de tu casa prendas una fogata junto a tu familia, no está salvando el planeta, está vulnerando tu derecho a la propiedad privada. Esa intromisión abre una peligrosa puerta: si el Estado puede decidir qué puedes hacer o no en tu propio hogar, ¿qué límites existen para su poder? Bajo la lógica ecologista, mañana podrían decidir qué tipo de focos puedes usar, qué comida puedes cocinar, qué tipo de transporte está permitido o incluso cuántos hijos puedes tener.

Este tipo de regulaciones anulan el conocimiento espontáneo que emerge de la sociedad. Las soluciones verdaderas, duraderas y efectivas al problema ambiental no vendrán de una imposición vertical, sino de la creatividad libre de emprendedores, científicos, ciudadanos y comunidades. Solo en libertad florece la innovación. Solo desde el respeto a la propiedad privada se generan los incentivos adecuados para cuidar el entorno.

 El ecologismo autoritario no resuelve el problema

La supuesta preocupación por el medio ambiente se ha convertido en una excusa perfecta para justificar más impuestos, más prohibiciones, más controles. Pero la realidad es que estas medidas no han traído resultados significativos. En Bolivia, por ejemplo, la prohibición de fogatas en San Juan no ha reducido significativamente la contaminación ambiental. Lo que sí ha hecho es extinguir una costumbre ancestral, criminalizar al ciudadano común y reforzar la idea de que el Estado tiene derecho a decidir sobre nuestras vidas.

Además, muchas de estas medidas se basan en información incompleta, manipulada o ideológicamente sesgada. Se nos dice que una noche de fogatas daña al planeta, pero no se evalúa el impacto total de actividades estatales mal planificadas, de industrias protegidas por el poder político o de políticas públicas ineficaces. ¿Dónde está la coherencia?

 Una de las ideas más peligrosas que ha sembrado el ecologismo radical es que el ser humano le hace daño al planeta. Nos han adoctrinado para creer que somos una plaga, un error, una anomalía en la naturaleza. Esta visión maltusiana es completamente equivocada. El ser humano es parte integral del mundo, no su enemigo. Somos la especie que ha sido capaz de transformar su entorno para mejor, de curar enfermedades, de alargar la vida, de explorar el universo.

Decir que el ser humano daña al planeta es como decir que el corazón daña al cuerpo. Nosotros somos el motor del progreso, la conciencia del planeta. Pretender que debemos ser sacrificados por un supuesto bien superior es deshumanizante y profundamente peligroso.

Cuidar el medio ambiente es una tarea legítima, incluso urgente, pero jamás debe hacerse a costa de la libertad. Cuando las personas actúan en libertad, con información clara y con responsabilidad, pueden encontrar las mejores soluciones. La propiedad privada, lejos de ser un obstáculo, es una herramienta fundamental para la conservación. Nadie cuida mejor un bosque que su dueño. Nadie protege mejor una tierra que quien vive de ella.

Por el contrario, cuando el Estado se convierte en el único protector del medio ambiente, lo que suele pasar es que no protege nada. La responsabilidad se diluye, la corrupción crece, las decisiones se politizan, y los resultados son lamentables. El verdadero cambio nace de abajo hacia arriba, no al revés.

 Volver a debatir la ecología desde la libertad

Es momento de volver a poner sobre la mesa las ideas de libertad, propiedad privada y responsabilidad individual en el debate ecológico. No podemos seguir aceptando la narrativa oficial que nos presenta como enemigos del planeta. No podemos seguir permitiendo que, en nombre del bien común, se anulen nuestras tradiciones, nuestras costumbres, nuestros derechos.

San Juan y sus fogatas eran una expresión legítima de cultura, libertad y pertenencia. Su prohibición fue un acto autoritario, basado en una ideología más que en evidencia. No se trata de volver al pasado, sino de construir un futuro donde las decisiones ambientales se tomen con información, respeto y libertad.

La ecología no debe ser un campo de batalla ideológico, ni una excusa para expandir el poder estatal. Debe ser una causa común, abordada desde la razón y no desde el miedo, desde el respeto a la vida humana y no desde su negación. Solo así podremos construir un mundo verdaderamente sostenible: sostenible en lo ecológico, pero también en lo humano, en lo económico y en lo moral.

Porque al final del día, el fuego que encendíamos en San Juan no era una amenaza, era un símbolo. Y cuando se apagan nuestros símbolos, se apaga también nuestra libertad.

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A. Fernández Torrico

Asesor en marketing de contenidos y redes, founder, MBA, divulgador por la libertad.

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