El Centro Como Herramienta de la Izquierda: ¿Por Qué la Nueva Derecha Debe Polarizar? | A. Fernández

La Historia del Centro como Vía de la Izquierda: 1985 y la Captura del Poder Global

Desde mediados de la década de 1980, el panorama político mundial fue testigo de un fenómeno llamativo: la izquierda, particularmente la de raíz marxista, comenzó a abandonar progresivamente sus formas más radicales para abrazar una estrategia de conquista institucional más sutil y eficaz. El camino elegido fue el centro político. En lugar de confrontar directamente desde los extremos, la izquierda optó por infiltrarse en la socialdemocracia, el centrismo, el liberalismo progresista y hasta en los partidos democristianos. Esta estrategia resultó demoledora: durante más de tres décadas, la mayor parte del mundo fue gobernado por coaliciones de centro-izquierda que, en el fondo, implementaban políticas cada vez más estatistas y colectivistas, aunque vestidas de moderación técnica (Judt, 2005).

En Europa, este proceso se vio claramente reflejado en el avance del Partido Laborista británico bajo Tony Blair, quien en 1997 asumió el poder con una nueva versión de la izquierda: el “Nuevo Laborismo” (BBC, 1997). Blair se presentaba como una figura moderna, moderada, reformista, pero sus políticas mantuvieron y expandieron gran parte del aparato estatal. En Alemania, el socialdemócrata Gerhard Schröder lideró una alianza centrista entre el SPD y Los Verdes, que gobernó de 1998 a 2005. En Francia, los partidos centristas socialistas se alternaron con gaullistas debilitados, sin que la derecha liberal lograra articular un proyecto sólido.

En América Latina, la “marea rosa” se construyó, en parte, con alianzas y figuras que adoptaban el lenguaje del centro, pero ejecutaban programas claramente intervencionistas. Ejemplo claro: el caso de Lula da Silva en Brasil, quien en 2002 suavizó su discurso para tranquilizar a los mercados y llegar al poder (The Economist, 2002). Una vez allí, implementó medidas populistas redistributivas que consolidaron el poder del Estado. En Chile, la Concertación gobernó desde 1990 hasta 2010 con una agenda de centro-izquierda apoyada por el Partido Socialista. Argentina, por su parte, osciló entre peronismos con fachada centrista y estatismos crónicos desde 1989.

En Estados Unidos, desde el fin del mandato de Reagan en 1989, tanto George H.W. Bush como Bill Clinton representaron una versión del “centro funcional a la izquierda”. Clinton se presentó como el hombre del “Tercer Camino”, una fórmula de gobierno supuestamente moderada pero profundamente interventora en temas económicos y culturales. En los años 2000, incluso los republicanos se corrieron al centro: George W. Bush implementó políticas de gasto expansivo y aumentó el control estatal en nombre del “compasionismo conservador”. Barack Obama y Joe Biden siguieron una agenda progresista bajo el ropaje institucional del centrismo.

Así, el modelo se repitió: las élites políticas, académicas y mediáticas demonizaban a la derecha auténtica como “peligrosa”, “radical”, “fascista”, mientras promovían candidatos centristas como únicos viables. En cada elección importante desde 1985, los grandes medios, las encuestas, y los tanques de pensamiento favorecieron a aquellos que hablaban el lenguaje de la moderación. El resultado: el liberalismo genuino quedó arrinconado y el centro gobernó el mundo… con la agenda de la izquierda.

La Matemática Electoral: Cómo la Polarización Derrota al Centro y a la Izquierda

Las elecciones no son sólo batallas de narrativas: son juegos estratégicos. Y en estos juegos, la configuración del tablero importa. La teoría de la elección social y el análisis de sistemas electorales muestran que, en muchos contextos, polarizar es la mejor forma de ganar (Arrow, 1951; Downs, 1957). ¿Por qué? Porque cuando se logra eliminar al centro como opción viable, el electorado se ve forzado a elegir entre dos polos: izquierda o derecha. En esa disputa binaria, la derecha tiene más posibilidades de triunfar si logra movilizar su base y presentar una narrativa fuerte.

Veámoslo desde el punto de vista técnico. En sistemas de balotaje o de votación por eliminación (instant-runoff voting), si hay tres grandes bloques —izquierda, centro y derecha—, la probabilidad de que el centro llegue a la segunda vuelta es alta, especialmente si la derecha se presenta dividida o moderada. En esa segunda vuelta, la izquierda suele transferir sus votos al centro para evitar que gane la derecha. Es el fenómeno del voto útil progresista: se acepta al centro como mal menor con tal de frenar a la derecha.

Esto ocurrió en Francia en 2017, cuando Emmanuel Macron derrotó a Marine Le Pen. Macron no era un líder tradicional de izquierda, pero fue apoyado masivamente por socialistas y progresistas para evitar el ascenso de Le Pen. Lo mismo pasó en Colombia en 2010 con Juan Manuel Santos, quien llegó al poder con un discurso de centro y luego giró a la izquierda. En Perú, Pedro Pablo Kuczynski derrotó a Keiko Fujimori con el respaldo del progresismo, pese a ser un candidato supuestamente tecnocrático y liberal.

Ahora bien, ¿qué ocurre cuando el centro no llega al balotaje? Aquí aparece el escenario ideal para la derecha: un enfrentamiento directo con la izquierda. En ese caso, los votantes centristas deben elegir entre dos visiones claras. Y ahí, el candidato liberal fuerte tiene mayores chances, especialmente si ha consolidado una base sólida y polarizada. Parte del electorado de centro, hastiado de la izquierda, optará por la derecha como opción de orden, cambio o estabilidad económica. La derecha gana.

Este efecto puede comprobarse en las elecciones de Brasil en 2018. Jair Bolsonaro polarizó desde el inicio. Eliminó al centro como opción viable. En la primera vuelta obtuvo el 46% de los votos. En la segunda, venció con el 55%. En Argentina, Javier Milei repitió el esquema: polarizó, enfrentó tanto al kirchnerismo como al macrismo, forzó al centro a definirse. En el balotaje, recibió el apoyo del electorado cansado de la socialdemocracia, incluyendo parte de la base centrista (La Nación, 2023).

¿Qué ocurre cuando el centro no llega al balotaje? Aquí aparece el escenario ideal para la derecha: un enfrentamiento directo con la izquierda.

La Derecha que No Se Atrevió: Cómo la Moderación Entregó el Poder a la Izquierda

Desde 1985 hasta 2020, la derecha tradicional cometió un error estratégico devastador: se moderó. En lugar de confrontar, intentó parecerse al centro. Abandonó su identidad, suavizó su lenguaje, pidió perdón por sus ideas. Dejó de hablar de propiedad privada, de reducción del Estado, de mérito, de orden. Adoptó las narrativas progresistas para parecer respetable. Resultado: perdió.

Los votantes no eligen copias. Eligen autenticidad. Y en la medida en que la derecha renunció a su mensaje original, el centro ocupó su lugar. Pero ese centro —lejos de ser neutral— siempre estuvo listo para aliarse con la izquierda cuando fuera necesario. El “cordón sanitario” contra la derecha en Europa, las coaliciones anti-Milei, las alianzas contra Trump, todas se construyeron desde ese centro traidor.

El voto útil, en ese contexto, comenzó a operar entre centro e izquierda. La derecha era demonizada como extremista y quedaba fuera del juego. Solo cuando se polarizó con decisión —como lo hizo Reagan en los 80, o como ahora lo hace Le Pen en Francia— se logró disputar el centro desde una posición de fuerza.

El Método de la Polarización: La Clave del Éxito Liberal

La polarización no es violencia. No es insulto. Es claridad. Es decisión. Es marcar la diferencia. Es decir: “no somos iguales”. No creemos en el consenso con quienes quieren destruir la libertad. No venimos a gestionar el Estado: venimos a recortarlo. No creemos que el individuo deba someterse al colectivo. Defendemos al empresario, al trabajador productivo, al ciudadano libre.

Donald Trump lo entendió. Desde el primer día, dijo lo que pensaba. Atacó al centro republicano, al progresismo, a los medios. Fue acusado de populista, de autoritario, de xenófobo. Pero ganó. Porque encarnó el hartazgo. Porque polarizó con eficacia. Su autenticidad, aunque polémica, atrajo a millones. En 2016, contra todos los pronósticos, derrotó a Hillary Clinton (CNN, 2016).

Jair Bolsonaro también lo entendió. Enfrentó a todo el sistema político brasileño. Se rodeó de economistas liberales y militares. Prometió seguridad, orden, libertad económica. Despertó pasiones, tanto a favor como en contra. Ganó en 2018 tras años de crisis institucional y económica (BBC Brasil, 2018).

Javier Milei llevó este método a su expresión más pura. Enfrentó a todos: kirchneristas, macristas, radicales. Dijo que la casta política era el problema. Que el Estado era un cáncer. Que la única salida era el mercado. Fue tildado de loco. Hoy es presidente.

Marine Le Pen ha seguido esta estrategia en Francia. Aunque aún no ha ganado, ha logrado transformar el mapa político. En 2022, llegó al balotaje con el 41.5% de los votos. En 2024, el RN lidera las encuestas para las legislativas. Cuando polariza con claridad, gana terreno. Cuando se modera, retrocede.

¿La polarización garantiza la victoria? No siempre. Pero aumenta significativamente las probabilidades. Y lo más importante: consolida una identidad. Crea un movimiento. Establece una narrativa que puede perdurar más allá de una elección.

La Nueva Derecha Debe Polarizar

El mundo ha cambiado. El discurso políticamente correcto ya no convence. La gente quiere verdades. Quiere firmeza. Quiere un proyecto de país. La derecha liberal debe dejar atrás el miedo. Debe dejar de pedir permiso. Debe abandonar el centro y polarizar sin complejos.

La historia nos lo demuestra. La matemática electoral lo respalda. Los ejemplos recientes lo confirman. El futuro pertenece a quienes se atreven a decir lo que otros callan.

Si queremos libertad, debemos conquistarla. No será con tecnócratas. No será con tibios. Será con líderes valientes, con ideas claras, con convicción.

La lección es clara: la derecha que se atreve a polarizar, que abandona el complejo de inferioridad moral, que defiende sus principios con claridad, tiene más posibilidades de triunfar que la derecha tibia que busca aprobación ajena.

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A. Fernández Torrico

Asesor en marketing de contenidos y redes, founder, MBA, divulgador por la libertad.

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