Cuentan las crónicas del 18 de julio del año 64 de nuestra era, que desde el Circo Máximo (Roma), se levantaban las llamas de fuego que terminarían por arrasar todo a su paso. El viento recio de verano se encargó de extender rápidamente el fuego y durante seis interminables días, la ciudad ardió hasta quedar devastada. Aunque las causas jamás fueron esclarecidas, se le ha atribuido gran parte de la responsabilidad al emperador romano Nerón, quien con este acto buscaba eliminar todo vestigio de existencia de la Roma Antigua. Este episodio tan conocido de la historia, le sirvió al emperador de la época para iniciar una persecución en contra de los cristianos, a los que acusaba de haber provocado el siniestro.
Nerón fue uno de los emperadores romanos más controvertidos de su historia. Obtuvo la fama por ser tirano, despótico y cruel. A pesar de que sus primeros años fueron relativamente tranquilos, intempestivamente pasó a convertirse en un mandatario de crueldad delirante. Ordenó asesinar al prefecto que lo había conducido a la cima (Burro), también a su propia madre y su medio hermano, sin perdonarle la vida ni siquiera a su maestro (Séneca). La paranoia del poder comenzó a hacerle ver conspiraciones en su contra, hasta que finalmente tuvieron que declararlo enemigo público (es historia, no actualidad). Huyó de Roma y posteriormente se quitó la vida.
Si bien es cierto que el fuego ha sido uno de los grandes impulsores del desarrollo humano y se ha empleado desde épicas inmemoriales para cocinar, obtener calor, energía y cazar, es bueno considerar también que el fuego es agente de transformación de la naturaleza. Es un elemento que mantiene ecosistemas y su biodiversidad. Distintas variedades de especies son dependientes del fuego, esto obviamente, cuando funcionan en intervalos adecuados. El fuego consume la hojarasca y vegetación muerta, permitiéndole a los bosques renacer nuevamente.
Lastimosamente, estos intervalos se han visto seriamente afectados por causas antrópicas. La falta de responsabilidad del ser humano ha provocado terribles sucesos de incendios forestales. La falta de cuidado en el manejo de fuego, sea con cerillos, cigarros mal apagados, fogatas que no terminaron de extinguirse u otros elementos que tienen su origen por la acción humana, de forma accidental, año tras año provoca desastres de proporciones incalculables.
Un accidente es inevitable, el fuego “accidental” se propaga produciendo devastación y desolación es de carácter involuntario. En la actualidad las causas antrópicas han cambiado radicalmente; existen causas en las que de forma intencionada y sin medir (ni importarles) las consecuencias de estos actos, grupos de seres humanos deciden iniciar incendios. Provocar incendios para ampliar la franja agrícola o ganadera, es llevada a cabo desde hace décadas de manera irresponsable, trayendo consecuencias irremediables en el entorno, amenazando la sobrevivencia de los bosques amazónicos y su biodiversidad, lo peor de todo, amenazando a la vida y la salud de los pobladores de un país, que han decidido (absurdamente) naturalizar este fenómeno, convirtiéndose una vez más en cómplices de sus asesinos.
[El ciudadano irreflexivo naturaliza el daño criminal y minimiza las consecuencias de esta Torre de Babel que más pronto que tarde caerá sobre sus cabezas]
El panorama es sombrío, la noche se hace eterna y los cielos se encuentran cubiertos por grandes masas de humo suspendidas sobre ciudades y bosques desde hace varias semanas. Los incendios están erradicando la vida silvestre y la vegetación, provocando en el suelo un daño irreparable. El exceso de uso de agua (para extinguir los incendios) erosiona los suelos y la contaminación en la atmosfera llega directamente hasta los pulmones de niños, jóvenes, adultos, ancianos y todos quienes debemos padecer las consecuencias criminales de un juego político y de intereses mezquinos de unos cuantos.
Mientras tanto el centralismo político de la Sede de Gobierno, participa en fiestas y desfiles, eventos sociales, promueven eventos LGTB’s, al tiempo que se quema el futuro de la familia. Los “políticos” en franca competencia electoral, protagonizan vergonzosas escenas de pugilato en las calles, mientras los “padrastros de la patria”, evitan hablar muy fuerte sobre los incendios, probablemente para evitar dar explicaciones del ¿por qué? DURANTE TANTOS AÑOS MEDRANDO DEL ESTADO, NO HAN SIDO CAPACES DE ENCONTRAR UNA SOLUCIÓN DEFINITIVA. Mientras ellos siguen bailando y gozando de sus eventos sociales, la Bolivia real, enfrenta un problema que cada vez se hace más grande y mucho más peligroso.
Un rosario de leyes y normativa vigente que debe ser revisada urgentemente para ser derogadas y abrogadas, a pesar de que los políticos son quienes muestran menor interés y falta de voluntad para encontrar soluciones a un problema de Estado. Deben aplicarse sanciones drásticas en contra de los que provocan incendios forestales, equiparables, a las de un asesino que con alevosía, premeditación y ventaja actúa sobre sus víctimas. Debe suscribirse un acuerdo nacional para evitar que al amparo de una bandera partidaria (política) se les otorgue algún tipo de indulgencia a los criminales. Deben retirarse las cartas blancas concedidas en las últimas dos décadas a acólitos y partidarios, instrumentos con los que han creído tener todo derecho de devastar el país.
Los bosques amazónicos son hogueras gigantes, el viento y el fuego rugen como locomotoras fuera de control. La impresión que se tiene es que el mundo entero está ardiendo en llamas. El humo y el calor son intensos y cada vez se hace más difícil respirar. Un bombero voluntario se pregunta si este será el apocalipsis. Parece ser que la misión ha dejado de ser únicamente salvar los bosques. Desde las ciudades la gente clama por ayuda y deben aprontar un estado de guerra a fin de evitar el humo tóxico y nocivo que amenaza acabar con sus vidas. Probablemente las consecuencias se verán recién en algunos años. Mientras tanto los políticos, bailan y se divierten, en la otra Bolivia, la del engaño.
Bolivia atraviesa uno de sus peores momentos como sociedad y como país. El ciudadano irreflexivo naturaliza el daño criminal y minimiza las consecuencias de esta Torre de Babel que más pronto que tarde caerá sobre sus cabezas y acabrá con su familia. En un tiempo en el que el futuro se encuentra “abrasado” por las llamas, debemos abrazarnos como hermanos y comenzar a pensar para encontrar soluciones que permitan encontrar soluciones reales a problemas cotidianos, sólo así, podrá volver a brillar una luz de esperanza detrás de las volutas nubes de humo.
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Carlos Manuel Ledezma Valdez
Escritor, docente universitario & divulgador histórico.
Director general del proyecto Viajeros del Tiempo.
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